Más cadáveres que nunca para la ciencia | Sociedad | EL PAÍS
España ha ascendido en los últimos años al cuarto puesto mundial en donación de cuerpos. La crisis no es la única causa
El progreso de un país puede, curiosamente, medirse por el número de
cadáveres. Profesores de anatomía de toda España han apreciado el
paulatino incremento de cuerpos donados a la ciencia que llegaban cada
año a sus departamentos universitarios. Bastaba un par de manos para
contar los de principios de siglo y ahora son más de tres docenas los
cuerpos que ingresan al año en el departamento de anatomía del profesor
Sañudo, en la Complutense, porque un día decidieron pasar sus últimos
días sobre la tierra bajo la mirada atenta y la manipulación insegura de
los estudiantes. Sus razones tendrían, pero en las universidades no se
les pregunta cuando expresan su voluntad de ser donantes. Se ahorran un
entierro, cierto, pero la crisis, con toda su magnitud, no parece capaz
de explicar por sí sola el fenómeno. Cabe pensar, más bien, que se debe a
un cambio de mentalidad. Si España es el primer país donante de
órganos, por qué no iba a serlo de cadáveres para la medicina. Pasados
los años y superados ciertos atavismos, ese camino se ha ido andando:
estamos los cuartos, “por detrás de Reino Unido, Alemania y
Escandinavia”, señala José Luis Bueno, presidente de la Sociedad
Anatómica Española.
A media mañana, con el personal de los hospitales en huelga por la
privatización de la sanidad pública, una nueva generación de futuros
médicos se forma en la Universidad Complutense. Las salas de disección
han servido para un rodaje cinematográfico, no es de extrañar: mesas de
mármol con patas de forja, cubos de porcelana blanca con las asas
rematadas en un cilindro de madera. Son de los tiempos de la República,
el mismo aroma que impregna muchas salas de esta Facultad de Medicina
complutense. Cuando llegan los alumnos, la fotografía vuelve al siglo
XXI. Se han puesto sus batas blancas y tocado con gorritos de colores
como para entrar al quirófano. Todavía es pronto: por ahora se afanan
sobre los cadáveres descubriendo pacientemente cada ínfima parte de la
anatomía humana. No hay algarabía en esas salas de cuerpos embolsados
donde se respira un olor medicamentoso, pero tampoco se asiste a un
funeral. Los alumnos proceden como los cirujanos, manipulando con toda
la precisión posible mientras se comenta, tranquilamente, la última
jugada de fútbol.
En los años ochenta y aun en los noventa, la escasez de cadáveres en las
facultades españolas era patente. Las prácticas de los alumnos sobre un
mismo cuerpo se alargaban tanto que cuando les cambiaban el cuerpo la
necesidad era ya absoluta. Barcelona y el País Vasco fueron los primeros
en poner en marcha campañas para animar la donación. Por aquellos años
los departamentos de anatomía se nutrían de los escasos cadáveres que
nadie reclamaba, de personas que morían solas sin que nadie les
dispusiera un entierro, algo que ocurre todavía en países en vías de
desarrollo. Pero, así como las incineraciones fueron abriéndose paso
entre la tradicional inhumación, también la generosidad con la ciencia
ha ido en aumento.
El vacío legal en España para organizar las donaciones es asombroso y
las estadísticas, tan penosas como en muchos otros ámbitos. Cada
universidad, por no decir cada departamento, se gobierna como mejor
sabe. Comparten algunas características: por lo general no admiten
cadáveres que no hayan sacado antes su carné de donante en esa misma
universidad y rechazan por inservibles aquellos que han pasado por
autopsias o los que murieron de enfermedades infectocontagiosas, porque
la práctica universitaria con cadáveres no incluye, en contra de lo que
muchos creen, la investigación de patologías, sino la formación en
anatomía de miles de futuros médicos.
Los periodistas ya llevan “dos años” preguntando por este asunto, “que
si hay más donaciones que antes de la crisis, que si la gente está
recurriendo a esto porque no puede pagar un entierro”. No es así,
responde tajante José Luis Bueno, de la Sociedad Anatómica. Para
elaborar este reportaje se ha preguntado en facultades de Granada,
Murcia, Valladolid, País Vasco, Santiago de Compostela, Barcelona,
Madrid y la primera conclusión es que no hay apenas datos, solo
percepciones. Se sabe que han aumentado las donaciones, mucho, y también
los cadáveres que finalmente llegan a las aulas, pero, a ciencia
cierta, se desconoce el porqué del incremento y desde cuándo empezaron a
mejorar las cosas para los estudiantes. El Departamento de Anatomía
Humana y Embriología I de la Complutense accedió a revisar las cifras
para elaborar el gráfico que se muestra en esta página, que revela un
comportamiento paulatino, a veces errático, en el crecimiento de las
donaciones, que, en todo caso, comenzó allá por 2004, cuando España “iba
bien”.
Hay algunos hitos en esta estadística, que publicarán en el
European Journal of Anatomy. En 2005 murió el crítico de teatro Eduardo
Haro Tecglen y todos los periódicos informaron de que no habría entierro
porque había donado su cuerpo a la medicina. “Eso dio un tirón de las
donaciones, que se elevaron notablemente aquellos meses”, dice el
profesor José Ramón Sañudo. Las campañas que emprendieron las
universidades, con charlas en los geriátricos o acercamiento a
organizaciones solidarias, también tuvieron sus frutos. La Universidad
de El País Vasco ha cerrado hace dos años las donaciones, porque ya
tienen suficientes por ahora. Se siguen haciendo cargo de todos aquellos
cuerpos que se habían declarado donantes hasta entonces, eso sí. Y
algunas otras tienen ya bastantes, pero no suelen comentarlo porque no
quieren desincentivar a los potenciales donantes. El sistema actual de
conservación de los cuerpos ha cambiado las piscinas de formol por
cámaras frigoríficas, de menor capacidad de almacenaje.
Otros centros, sin embargo, todavía están faltos de cadáveres. No es
comparable la estadística de Extremadura con la de Alicante, por
ejemplo. En la costa mediterránea, destino final de muchos europeos, la
donación era moneda más común. Eso sigue parecido. Para estos
extranjeros era más cómodo y, seguramente, en sus países, una práctica
socialmente más admitida que en la España de hace unas décadas. “Sí, así
era, hace mucho tiempo que decimos en broma que los estudiantes
españoles aprendían anatomía escandinava”, dice José Luis Bueno.
La estadística elaborada en la Complutense pone de manifiesto otra cosa:
que la mayoría de los cadáveres que entran al año en el departamento
pertenecen a personas que se hicieron donantes ese mismo año. “Lo que
quiere decir que la crisis no determina la voluntad de donar, sino más
bien la enfermedad. Cuando uno barrunta una muerte cercana piensa y
decide qué quiere hacer con su cuerpo. Y ese patrón se repite desde el
año 2000”, explica Sañudo. Cierto es que detrás de la donación de
cuerpos a la ciencia ha habido siempre esa preocupación por no dejar,
con la muerte, cargas a la familia. Pero cuántos se movían por este
razonamiento antes y durante la crisis no se sabe, no se pregunta. Como
Haro Tecglen, otro prestigioso intelectual, el escritor Gerald Brenan,
cedió su cadáver a la Universidad de Málaga para que su muerte no
resultara onerosa a la familia: desde 1981 estuvo flotando en una bañera
de formol durante 14 años para recibir, por último, clásica sepultura. A
la familia le salió gratis, pero la ciencia no tuvo con el escritor el
aprovechamiento que su voluntad había dispuesto.
Que la crisis está causando estragos es cierto. Por eso, en las
universidades tienen la percepción de que es la causa de estas
matrículas post mortem. “Algunos nos preguntan si al donar se evitarán
ya los gastos de entierro o si podrán dejar de pagar el seguro de
deceso”, cuentan los encargados de estas salas de disección. Algo que no
pueden asegurar porque una autopsia invalidaría al cadáver. Y la
Universidad, por más conocimientos que atesore, no puede adivinar el
final de sus donantes. “Sí nos preguntan algunos por las condiciones
económicas, pero no sabemos si es por la crisis. Puede ser en alguna
medida, ignoramos en cuál”, reconoce Alfonso Rodríguez, coordinador de
donaciones en la Universidad Autónoma de Barcelona, una de las más
exitosas en este campo, que hace paros mensuales en la recepción de
donantes porque están completos.
Parece pronto para que la recesión económica o la reciente subida del
IVA hayan cambiado la práctica de un entierro por una donación, si aquél
era el deseo del finado o de su familia. “Hay que tener en cuenta,
además, que la mitad de la población está cubierta con un seguro de
deceso y el 60% de los difuntos actuales han pagado por esa vía su
entierro”, explica Eduard Vidal, director general del Grupo Mémora, la
mayor empresa de servicios funerarios, que opera, sobre todo, en
Barcelona. Los seguros de muerte son muy cautivos, uno no deja de
pagarlos así sin más, porque sería tirar el dinero de media vida a la
basura. Se contratan, generalmente, cuando se tienen entre 38 y 44 años.
“De hecho, con la crisis en este sector ya no se crece al 5%, pero sí
al 2%”, explica Vidal. Y su colega en Madrid, José Vicente Aparicio,
subdirector general de Funespaña, opina igual: “Donar el cuerpo por
razones económicas es anecdótico. Mucha gente tiene seguro, eso no se
mueve”.
Además, hay entierros de beneficencia para los menesterosos. Si una
familia demuestra que carece de bienes y hacienda, el Ayuntamiento, o
bien la compañía funeraria (según las ciudades), se hará cargo de todo,
aunque ese todo no cubra más que recogerlo, preparar el cuerpo,
enferetrar y enterrar. No hay velatorio ni flores, un modelo austero que
no faltará quien lo encuentre de su gusto. Existen, además, funerales
subvencionados, donde la familia aporta un poquito. Todo ello hace
pensar que la crisis no basta para modificar la preferencia por un
entierro como Dios manda.
Por cierto, ¿cuánto manda Dios en todo esto? Tampoco mucho. Uno de los
pocos estudios que hay sobre donantes de cuerpos se elaboró en 2000 en
Nueva Zelanda, Irlanda y Sudáfrica, y ponía de manifiesto que este
ejercicio de generosidad procedía de gente con menor afiliación
religiosa que la media. El 80% manifestaba su deseo de colaborar con la
ciencia como principal motivo y eran, además, solidarios con otras
causas. Las razones económicas o el disgusto con los funerales se
citaban en segundo lugar. Pero sin aclarar si era porque no podían o no
querían emplear ese dinero en un entierro. La mayoría tenía estudios de
secundaria y entre un 26% y un 43% habían completado la Universidad. Se
encontraban sobre todo oficinistas, comerciantes y personas dedicadas a
servicios o educación. Había más gente de izquierdas que de derechas,
pero el grueso se declaraba de centro.
Al hablar con algunos de los profesores de anatomía y responsables de
las salas de disección de las universidades, casi todos empezaban por
decir que había un repunte y que se debía a la crisis. Pero no tienen
datos solventes que sostengan esa tesis; ni la contraria. Algunos
mencionaban la existencia de más personas extranjeras entre la población
general, que recurren a este sistema por resultarles más barato que una
repatriación, pero ¿cuántos extranjeros han tenido en su facultad?
“Ninguno, hace años una japonesa”, respondió un profesor. Otros,
finalmente, reconocían que no sabían cuántos donaban por motivos
económicos, puesto que no se les pregunta. ¿Entonces? “Bueno, no podemos
saber si es por la crisis o no, pero ahora algunos de los que llaman
para donar preguntan si será completamente gratis…”. La falta de dinero
siempre ha estado entre las causas. Fue la de Gerald Brenan y entonces
no se hablaba de crisis. Pero para conocer más detalles habrá que
empezar por mejorar la estadística. Y preguntar a los donantes. Antes de
que sea demasiado tarde.