Todo empezó en 1711, el gobierno de Gran
Bretaña y la South Sea Company habían llegado a un acuerdo histórico, la
empresa se haría cargo de un porcentaje de la deuda pública del país a
cambio del monopolio del comercio con Sudamérica que los ingleses
esperaban conseguir tras el final de la Guerra de Sucesión española.
Lamentablemente para sus intereses el conflicto terminó dos años después
y las condiciones que creían que iban a obtener no se dieron, los
negociadores hispanos solo aceptaron que los ingleses pudieran enviar un
barco por año a Sudamérica y el suministro de esclavos a las colonias.
A pesar de ello el gobierno inglés y la empresa ampliaron su trato por lo que la segunda compraría más deuda, en concreto la cifra astronómica de 30 millones 981 mil 712 libras (más de 5.200 millones de euros actuales) a cambio el Estado ofrecería, además del anterior monopolio, una cantidad de dinero anual.
Era una situación en la que todo el mundo ganaba: el país se deshacía de un problema (el tener que devolver deuda pública a un interés excesivamente alto) y la empresa pasaba a ser la dueña de un mercado que prometía riquezas incalculables (parecía pasarse por alto el hecho de que los españoles solo iban a permitir el viaje comercial de un barco y solo uno por año)
La primera emisión de acciones de la South Sea Company se realizó en enero de 1720 siendo el precio de salida 128 £.
Los administradores decidieron, para dar un impulso a las ventas, ofrecer préstamos a todos aquellos que
desearan participar en el negocio por lo que ni siquiera era necesario disponer de capital para convertirse en un inversor, simplemente se adquirían acciones a crédito y este se acababa devolviendo unos meses después.
En ese estado de cosas y con el objetivo de conseguir un aura de legitimidad, la empresa vendió participaciones a la mayoría de políticos del parlamento, las condiciones eran ventajosas: los miembros de los diferentes partidos no necesitaban pagar ninguna cantidad, podían mantener sus acciones hasta que el precio subiera hasta el nivel deseado, entonces la South Sea Company las recompraría dándoles el sobreprecio como ganancia.
Con esta maniobra lo que se asemejaba a una medida por la que la empresa asumía un gran riesgo en realidad era todo lo contrario: a partir de ese momento los intereses de los políticos estaban unidos a los de la compañía puesto que cuánto mayor fuese el precio que alcanzasen las acciones más grande sería su beneficio personal.
Tras unas semanas la South Sea había convertido en millonarios a centenares de ingleses. La nación quedó sumida en un estado de fiebre inversora en la que el interés por la expansión de nuevas empresas dominaba las noticias. Todo empezó a funcionar por si solo y los mismos ciudadanos extendían nuevos rumores sobre las incalculables riquezas que la South Sea iba a traer de las Indias.
A pesar de ello el gobierno inglés y la empresa ampliaron su trato por lo que la segunda compraría más deuda, en concreto la cifra astronómica de 30 millones 981 mil 712 libras (más de 5.200 millones de euros actuales) a cambio el Estado ofrecería, además del anterior monopolio, una cantidad de dinero anual.
Era una situación en la que todo el mundo ganaba: el país se deshacía de un problema (el tener que devolver deuda pública a un interés excesivamente alto) y la empresa pasaba a ser la dueña de un mercado que prometía riquezas incalculables (parecía pasarse por alto el hecho de que los españoles solo iban a permitir el viaje comercial de un barco y solo uno por año)
La primera emisión de acciones de la South Sea Company se realizó en enero de 1720 siendo el precio de salida 128 £.
Los administradores decidieron, para dar un impulso a las ventas, ofrecer préstamos a todos aquellos que
desearan participar en el negocio por lo que ni siquiera era necesario disponer de capital para convertirse en un inversor, simplemente se adquirían acciones a crédito y este se acababa devolviendo unos meses después.
En ese estado de cosas y con el objetivo de conseguir un aura de legitimidad, la empresa vendió participaciones a la mayoría de políticos del parlamento, las condiciones eran ventajosas: los miembros de los diferentes partidos no necesitaban pagar ninguna cantidad, podían mantener sus acciones hasta que el precio subiera hasta el nivel deseado, entonces la South Sea Company las recompraría dándoles el sobreprecio como ganancia.
Con esta maniobra lo que se asemejaba a una medida por la que la empresa asumía un gran riesgo en realidad era todo lo contrario: a partir de ese momento los intereses de los políticos estaban unidos a los de la compañía puesto que cuánto mayor fuese el precio que alcanzasen las acciones más grande sería su beneficio personal.
Tras unas semanas la South Sea había convertido en millonarios a centenares de ingleses. La nación quedó sumida en un estado de fiebre inversora en la que el interés por la expansión de nuevas empresas dominaba las noticias. Todo empezó a funcionar por si solo y los mismos ciudadanos extendían nuevos rumores sobre las incalculables riquezas que la South Sea iba a traer de las Indias.
En marzo el precio por título se había triplicado y en junio superaba las 500 libras. Ciudadanos que hasta entonces no habían podido ahorrar nada tras toda una vida de trabajo se enriquecían con gran facilidad e incluso algunos mayordomos pasaron a poder comprar los carruajes de sus anteriores jefes.
El propio Newton, el científico más importante de la época, fue cuestionado sobre el tema, ante la pregunta de si podía averiguar a qué precio llegarían las acciones de la South Sea el matemático respondió "Lo siento, soy incapaz de calcular el nivel de locura de la gente".
El estado de excitación colectiva seguía incrementándose, era imparable. Miles de personas pasaron a acudir a los bancos para pedir prestamos con el objetivo de comprar títulos. El proceso era similar al que se daría siglos después durante el boom inmobiliario del s. XXI en el que se adquirían viviendas sobre plano con la esperanza de revenderlas una vez terminadas arañando en el proceso un 30%.
Se dieron incluso casos privados de "warrants" (opciones sobre acciones) mediante los que un particular le alquilaba a otro sus títulos por unos días a fin de ganar en ese plazo un importante porcentaje de dinero (asumiendo en el caso opuesto las posibles pérdidas).
Al calor de esa fulgurante efervescencia empezaron a surgir multitud de nuevas empresas que reclamaban inversores, "start ups" con planes de negocio tan extraños como rocambolescos: "Sociedad para la construcción de armas de artillería que disparen balas cuadradas", "Empresa de investigación que pretende extraer de las plantas los rayos del sol" o la que acabaría convirtiéndose en más famosa: "Compañía para la consecución de un asunto de gran beneficio pero que nadie sabe lo que es",si se tiene en cuenta que ésta última llegó a conseguir 2.000 libras de ávidos inversores (el equivalente a 400 mil euros actuales) puede entenderse el nivel de excitación bursátil que se había alcanzado.
Los ingleses comenzaron a llamar a todas esas nuevas empresas "burbujas", un término que se asentaría con éxito en muchos idiomas para definir los procesos especulativos y que continua utilizándose en el presente.
Con la finalidad de reducir el nacimiento de compañías con modelos de negocio irreales o fraudulentos se aprobó la "Ley de la burbuja" en 1720.
Paradójicamente la decisión no hizo otra cosa que incrementar el interés por la South Sea, al ser vista como la verdadera y original forma de ganar dinero en el mercado de renta variable. Los banqueros y agentes recomendaban a los inversores abstenerse de poner su dinero en compañías con modelos chiflados y elegir en su lugar a una cuyo plan era hacerse cargo de 31 millones de libras (cinco mil doscientos millones de euros actuales, 0'85 billones de pesetas) de deuda pública.
Con ese nuevo impulso en julio el precio superaría las 800 libras lo que generó las primeras ordenes de venta a nivel masivo.
Para evitar el desastre y frenar la caída los gestores de la empresa ordenaron a sus agentes la compra constante de títulos lo que consiguió que el precio se estabilizase para posteriormente volver a subir con fuerza y romper el techo de mil libras por acción.
En ese punto los administradores comprendieron que solo era una cuestión temporal que la South Sea Company se hundiese. El número total de títulos colocados era tan elevado y el precio tan alto que la empresa estaba sobrevalorada en al menos el 2.000%.
Los gestores se deshicieron de su porcentaje del negocio y poco después el precio por acción empezó a caer, el hundimiento se tornó total cuando todos los que habían comprado a crédito tomaron la decisión de vender (dado que la única manera de pagar los prestamos era haciéndolo ya que no tenían liquidez)
De 1180 libras se pasó a poco más de cien en unas semanas, lo que significaba en la práctica la ruina total para la mayoría de inversores. Los bancos comprobaron, entonces, como sus clientes eran incapaces de devolver sus préstamos lo que a su vez les hizo quebrar y junto a ellos a miles de empresas.
El desastre era de tal calibre que la bancarrota afectaba no solo a la incipiente clase media sino a un gran número de proletarios y a buena parte de la aristocracia.
Los inversores habían perdido el rumbo y en lugar de valorar los títulos por los bienes y expectativas que ciertamente los respaldaban (únicamente un monopolio de comercio tremendamente restringido) se habían dejado llevar por una escalada de precios que esperaban eterna.
La ira de los ingleses encendía el país y la élite que se había arruinado tiraba de todos los hilos posibles
para que se iniciase una investigación en el parlamento. La nación se sumía en el caos y el gobierno se vió obligado a aplicar la ley antidisturbios para calmar los deseos de sangre del pueblo. Tras pocos días una comisión determinó que decenas de miembros de diferentes partidos estaban parcialmente envueltos de una forma u otra con la South Sea Company.
El Parlamento inglés tuvo que debatir una resolución que rezaba "Propuesta para introducir a los banqueros en sacos llenos de serpientes que posteriormente sean arrojados al fondo del río Támesis"
Afortunadamente para los directivos de las entidades financieras no fue aprobada.
Robert Walpole, uno de los mayores detractores de la empresa practicamente desde su nacimiento (que acabó también invirtiendo en ella) fue nombrado primer ministro de facto. Para devolver la credibilidad del sistema entre la población decidió que todas las propiedades de los administradores de la South Sea Company fuesen confiscadas y vendidas para resarcir a los afectados.
El escandalo continuó con la salida a la luz de nuevos nombres de políticos implicados lo que llevó
a que se aplicase un proceso de "impeachment" a algunos de ellos y a encarcelar a otros. Hubo intentos de
huida, y algunos suicidios.
Para solucionar el problema de la South Sea Walpole ordenó dividirla entre el Banco de Inglaterra, la East Company y el Sinking Fund, a partir de entonces el Estado separaría una parte de sus ingresos, destinándolos al pago del pasivo de la empresa, de ese modo el país pudo reestructurar su deuda y volver a la senda del crecimiento.
Como en todos los booms especulativos, el gran desastre nace con una idea concreta, lo siguiente es un proceso de inversión de la lógica: aquellos que creen que lo que se está dando es una burbuja especulativa pasan a ser considerados como ignorantes o locos ("Terra es el futuro" "los pisos nunca bajan") mientras los que asumen una postura de riesgo descabellado se convierten en triunfadores (tipos que sin tener ni idea adquieren acciones en la parte inicial de crecimiento del boom, gente que compró viviendas en el momento adecuado...)
En esas circunstancias y por unos meses o años la locura de posiciones de inversión tremendamente arriesgadas se convierte en lo cuerdo y el sentido común en desfachatez dado que la realidad parece probar durante un determinado lapso lo que la lógica niega.
Es justo en ese cruce en el que hasta el más cabal de los humanos puede perder la cabeza, y convertirse en
lo que los argentinos denominan "un pelotudo". El mismo Newton, una de las personas más inteligentes de la historia, el hombre que había definido la especulación en la South Company como una locura acabó perdiendo 20.000 libras en ella (3'5 millones de euros actuales).
Su sobrina dejó dicho que a su tío no le gustaba oír nada sobre el tema.
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